28 DISTOPÍAS Y UTOPÍAS
'Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes, vi una autopista de diamantes que nadie usaba, vi una rama negra goteando sangre fresca, vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban, vi una escalera blanca cubierta de agua, vi diez mil oradores de lenguas rotas, vi pistolas y espadas en manos de niños pequeños. Y es dura, dura, dura, muy dura la lluvia que va a caer’.
(Bob Dylan, ‘A Hard Rain’s a-Gonna Fall’)
A principios del siglo XVI el inglés Thomas More (conocido en España por su nombre castellanizado Tomás Moro) escribió el ‘Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía’ (‘Libellus de optimo reipublicae statu deque nova insula Utopiae’, 1516), relato de una isla ficticia donde no existe el dinero ni la propiedad privada, consecuentemente tampoco hay desigualdades ni abusos de poder.
Posteriormente muchos otros escritores se han atrevido con utopías futuristas similares, empezando por Anton Francesco Doni, escritor italiano de gran prestigio en su época, muy admirado por Quevedo. Doni es el autor de ‘Los mundos’ (‘I Mondi’, 1552) novela de especulación futurista sobre una sociedad comunista que además de haber resuelto la injusticia histórica del clasismo practica sin pproblemas el amor libre.
Años más tarde, ya en el siglo XVII, Tomas Campanella se inspiró en Moro y en Doni para escribir ‘Ciudad del Sol’ (‘Civitas Solis’, 1602), retrato de una futura sociedad armoniosamente colectivista que permite a los ciudadanos trabajar apenas unas cuantas horas al día por puro placer.
Algunas otras utopías hoy olvidadas se levantaron sobre la filosofía del cristianismo humanista y el misticismo medieval para proponer soluciones sociales superadoras del orden feudal. Las utopías colectivistas tuvieron aún mayor repercusión durante la Revolución Industrial, sobre todo hacia finales del siglo XIX, cuando se pusieron especialmente de moda tras la publicación en 1884 de ‘Looking Backward’ de Edward Bellamy, traducida en España como ‘El año 2000’, y ‘Noticias de ninguna parte’ (‘News from Nowhere’, 1890) de William Morris.
Pietr Kropotkin llegó a decir de la novela de William Morris que ‘quizás sea la más profunda y completa concepción de una sociedad anarco-socialista del futuro que se ha escrito jamás’. Edward Bellamy por su parte alcanzó una enorme popularidad en los Estados Unidos hasta el punto de inspirar la creación de varias comunidades utópicas en forma de ‘Bellamy Clubs’ donde sus seguidores discutían las ideas de ‘Looking Backward’.
Años antes de la publicación de estos dos clásicos de la narrativa utopista, Charles Fourier y Robert Owen habían desarrollado en Francia e Inglaterra diversos proyectos comunitarios hasta entonces aparentemente utópicos. Las primeras granjas y fábricas cooperativas nacieron de hecho bajo la inspiración del llamado ‘socialismo utópico’, término acuñado por Friedrich Engels para diferenciarlo del ‘socialismo científico’ de su amigo Karl Marx.
Hacia primeros del siglo XX en toda Europa y sobre todo en la Rusia presoviética surgieron interesantes escritores de utopías comunistas de ciencia ficción, caso de Alexander Bogdanov, autor de ‘Estrella Roja’ (‘Krasnaya Zvezda’, 1908), novela futurista ambientada en Marte, planeta donde el comunismo logra imponer un orden social solidario que emerge como ejemplo para toda la civilización humana.
Después de la Gran Depresión y de las dos grandes guerras mundiales hubo que esperar hasta el final del siglo pasado para el renacimiento de la literatura utópica a partir de la revolución feminista de la mano del movimiento hippy. Entre sus principales exponentes merece la pena destacar a Ernest Callenbach, autor de ‘Ecotopía’ (‘Ecotopia’, 1975), novela ambientada en 1999 en un país independizado de los Estados Unidos sobre un territorio que abarca desde el norte de California hasta los estados de Oregón y Washington.
‘Ecotopía’ es la historia de una sociedad establecida sobre los principios de la economía sostenible que ejerce el patrón antropológico de la Madre Protectora sobre el orden del Padre Autoritario, sociedad ecofeminista donde el progreso no se valora en términos de crecimiento del PIB sino de bienestar público. En la novela de Callenbach las energías limpias han reemplazado completamente a las contaminantes, las bicicletas han sustituido a los coches, y la gente solo trabaja veinte horas semanales en empleos no alienantes.
Antes de su fallecimiento en 2012 Ernest Callenbach fue a Japón para conocer una de las aldeas que forman parte del ‘Yamagishi movement’, cuyos principios organizativos son muy similares a los descritos en ‘Ecotopía’. Las comunidades Yamagishi deben su nombre a Yamagishi Miyozo, un filósofo granjero que en los años cincuenta en compañía de un pequeño grupo de vecinos rompieron con las reglas del capitalismo japonés renunciando al dinero y a toda clase de propiedades individuales.
Dentro del mismo espíritu comunitario ha crecido en todo el mundo con la pandemia el fenómeno del ‘neoruralismo’ ecológico en paralelo al fenómeno de la ‘gran dimisión’ de cientos de trabajadores infelices con sus empleos precarios. Las ‘ecoaldeas’ proponen una vida postcapitalista ideal para los 'nómadas digitales' basada en la integración con la naturaleza, el autoabastecimiento alimentario, el uso de energías limpias, y la cosmología campestre como solución alternativa al modelo urbanita de desarrollo.
El movimiento ecoaldeano conecta no solo con el espíritu de la gran dimisión laboral sino también con la utopía socialista de los kibbutz judíos y otras comunidades agrícolas similares que siempre han surgido en diversos lugares y épocas, así como con el movimiento hippy norteamericano de los años sesenta. La idea central en todos estos casos consiste básicamente en cuidar el entorno natural y priorizar el bienestar general por encima del interés privado.
Los movimientos alternativos al capitalismo surgidos en Latinoamérica en los últimos años se encuadran también dentro de este mismo espíritu. Son movimientos reivindicativos del concepto indígena del ‘Buen Vivir’ (en quechua ‘Sumak Kawsay’, en aymara ‘Suma Qamaña’). En oposición a la visión occidental del crecimiento económico perpetuo el Buen Vivir propone un nuevo paradigma de progreso basado en la utilización sostenible de los recursos naturales y en la soberanía del bien común sobre el lucro privado.
En las últimas décadas del siglo XIX las ideas socialistas, comunistas y anarquistas tenían muertas de miedo no solo a las élites sino también a gran parte de la ciudadanía, ansiosa ante la incertidumbre de un cambio violento de orden social. Todas estas ideas de izquierdas tuvieron un enorme auge no solo a partir de los ensayos publicados por Karl Marx o Henry George, sino también gracias a las obras de ficción de William Morris o Edward Bellamy.
Muchos escritores de derechas contraatacaron con la intención de mostrar cómo en realidad las izquierdas aspiran a crear un mundo triste, tiránico y contrario a nuestra esencia natural. Como los paraísos de la izquierda son los infiernos de la derecha, la estadounidense Anna Bowman Dodd con ‘La republica del futuro’ (‘The Republic of the Future’, 1887), el alemán Eugene Richter con ‘Imágenes de un futuro socialista’ (‘Sozialdemokratische Zukunftsbilder’, 1891) o el inglés Jerome. K. Jerome con ‘La nueva utopía’ (‘The new utopia’, 1891) son solo los más conocidos de una larga lista de escritores de ficción que se dedicaron a criticar las utopías izquierdistas mediante relatos futuristas.
La distopía de espíritu contra-progresista es por sí mismo un subgénero de la literatura de especulación futurista que en España cultivaron escritores como Miguel Calvo Roselló (‘Un país extraño’, 1919) o Ricardo León (‘Bajo el yugo de los bárbaros’, 1932) ‘top one de las distopias contrarevolucionarias orgullosamente puritanas y conservadoras’, como dice Francisco Martorell en ‘Contra la distopía’ (2019), ensayo muy recomendable donde recopila las obras de numerosos autores de literatura futurista de todas las ideologías políticas. Según Martorell en realidad ‘el género distópico rebosa de obras ultraconservadoras, explícitamente antiecologistas, antifeministas y antisocialistas’.
Durante los años más crudos de la Guerra Fría en los Estados Unidos fue enorme el éxito literario de Ayn Rand, nacida en Rusia con el nombre de Alisa Zinovievna Rosenbaum y emigrada a los Estados Unidos una vez que su familia perdió sus negocios y propiedades tras la revolución bolchevique. Toda su obra es un canto al sistema de libre mercado y a la filosofía individualista a la vez que una feroz crítica no solo al comunismo sino también a la socialdemocracia.
Las distopías que imaginó Ayn Rand tuvieron mucha repercusión cuando el miedo al comunismo dominó el discurso cultural en los Estados Unidos. En 1991 la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos realizó una encuesta para saber cuál era el libro más influyente entre los ciudadanos estadounidenses. Después de la Biblia los norteamericanos eligieron ‘La rebelión de Atlas’ (‘Atlas Shrugged’, 1957), novela de culto para empresarios y ejecutivos agresivos, así como para un buen número de políticos de derechas y economistas liberales, caso de Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006.
Alan Greenspan dirigió desde su despacho en la Fed la desregulación financiera y la liberalización de los productos hipotecarios que provocaron el crack financiero de 2007 con la consiguiente crisis económica mundial de efecto dominó. ‘A través de largas discusiones nocturnas Ayn Rand me convenció de que el capitalismo no solo es efectivo y práctico sino perfectamente moral’ ha llegado a decir Alan Greenspan reconociendo la influencia intelectual que sobre él llegó a ejercer esta escritora de distopías socialistas.
Otra de las distopías socialistas más conocidas de Ayn Rand se titula ‘Himno’ (‘Anthem’, 1938) donde cuenta la historia de una sociedad radicalmente colectivista hasta el punto de haber prohibido la palabra ‘yo’. Para Rand la palabra ‘nosotros’ es ‘la palabra de la servidumbre, el saqueo, la miseria, la falsedad y la infamia’.
En lugar de nombres, los personajes de ‘Himno’ tienen números como ocurre en ‘Nosotros’ (‘Mbl’, 1924) novela del ruso Yevgeni Zamiatin considerada como la pionera del género de las distopías anticolectivistas. A Vladimir Putin siempre le interesó la ciencia ficción, y además de Yevgeni Zamiatin y George Orwell, entre sus autores favoritos destaca Mijail Yuryev, autor de ‘El Tercer Imperio’, novela publicada en 2006 que anticipa la posible situación del mundo hacia finales del siglo XXI cuando de la mano de un tal Vladimir II el Restaurador, el Tercer Imperio Ruso se convierte en la primera potencia económica, política y cultural del mundo. Dicen que cuando Alexander ‘Rasputín’ Dugin leyó ‘El Tercer Imperio’ puso la novela de Yuryev encima de la mesa del despacho de Putin y le dijo: ‘Esta es la Rusia por la que deberíamos matar y morir’
Algunos autores englobados dentro del movimiento ciberpunk también han mantenido posiciones conservadoras y anticomunistas, caso de Jerry Pournelle o Robert A. Heinlein. De este último, autor de ‘Tropas del espacio’ (‘Starship Troopers’, 1959), llegó a decir Fredric Jameson que ‘a mi pesar es el mejor escritor norteamericano de ciencia ficción’.
Anteriormente en el capítulo 8 (El heteropatriarcado contraataca) hablé de autores abiertamente supremacistas y filofascistas como William Pierce o Jean Raspail. Además entre los autores más reaccionarios del género fantástico cabe añadir a Frank Herbert, orgulloso votante del Partido Republicano, miembro de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y autor de ‘Dune’ (‘Dune’, 1965), o a Orson Scott Card, mormón radicalmente homófobo autor de la famosa saga de ‘El juego de Ender’ (‘Ender’s Game’, 1985).
Para los autores futuristas de derechas el enemigo es el colectivismo mientras para los de izquierdas la amenaza es el capitalismo, caso del californiano Jack London, autor de ‘El talón de hierro’ (‘The Iron Heel’, 1908). Esta novela presagia la conversión de los Estados Unidos en una tiranía establecida por la oligarquía industrial una vez que las grandes corporaciones capitalistas pasan a controlar todos los aspectos de la vida, desde las instituciones políticas de gobierno al ejército, la policía y los tribunales de justicia.
Entre los autores anticapitalistas más jóvenes destaca el australiano Max Barry, autor de ‘Jennifer Gobierno’ (‘Jennifer Government’, 2003) retrato de una sociedad brutalmente capitalista donde todo el mundo es un gran paraíso fiscal una vez que las multinacionales han tomado definitivamente el mando llegando a controlar hasta el sistema educativo. Su poder es tan exagerado que incluso los empleados toman sus apellidos de las empresas para las que trabajan, como el protagonista John Nike.
En el capítulo 4 (Carrera de ratas) hablé de ‘Rollerball’ y otras ficciones de ‘survival fight’ (lucha por la supervivencia) que presentan un futuro donde los seres humanos estamos obligados a competir hasta la muerte al haber sido entronizado a todos los niveles el fetichismo de la competitividad que caracteriza al capitalismo salvaje. Además el capítulo 2 (Una distopía ambigua) está dedicado a las obras e ideas de Phil K. Dick y Ursula K. Le Guin, padre y madre de ‘Blade Runner’ y ‘Avatar’.
Dentro del género de la ciencia ficción hay una larga lista de autores y novelas que denuncian la desigualdad económica, la explotación laboral, la especulación financiera, la contaminación atmosférica, la mercantilización del ser humano y otras características del sistema capitalista. Además dentro del posicionamiento izquierdista hay escritores que han preferido advertirnos sobre la posible destrucción de la democracia liberal no tanto a manos del capitalismo como de la ultraderecha más fascista y reaccionaria, caso de Margaret Atwood.
Canadiense de nacimiento pero residente durante muchos años en los Estados Unidos, Margaret Atwood estaba leyendo el New York Times nada más ganar Ronald Reagan las elecciones cuando se enteró de la existencia de una congregación cristiana de Nueva Jersey donde las mujeres recibían trato de ‘handmaids’, concepto utilizado por los primeros colonos que se asentaron en las costas de Virginia.
‘El cuento de la criada’ (‘The Handmaid’s Tale’), novela publicada en 1985 y escrita en 1984, año de la famosa distopía de George Orwell, nació como alegoría de la pesadilla puritana que ancla sus raíces en el orden heteropatriarcal amarrado a la psique colectiva.
El punto de partida de ‘El cuento de la criada’ es un ficticio golpe de Estado perpetrado por ‘Los Hijos de Jacob’, grupo de fundamentalistas cristianos que consigue establecer por la fuerza un régimen autoritario basado en los Antiguos Testamentos. Los Estados Unidos se transforman a partir de entonces en la República de Gilead, dejando de ser una democracia liberal para transformarse en una teocracia retrógrada y militarizada.
Mike Pence, vicepresidente de Donald Trump, visitó Filadelfia en julio de 2018 y fue recibido por un grupo de mujeres vestidas con cofias blancas y túnicas de color rojo escarlata al estilo de ‘El cuento de la criada’. Pence fue gobernador del Estado de Indiana, donde es conocido por sus políticas contrarias al aborto y los derechos de la comunidad gay, así como por su afinidad con diversas organizaciones de extrema derecha.
‘¿Estamos todavía en América o en los meses anteriores a Gilead en ‘El cuento de la criada’?’, se preguntó Stephen King en un tweet cuando Donald Trump nada más ganar las elecciones de 2016 ordenó separar en las fronteras a los padres sin papeles de sus hijos tal como ocurre en los prolegómenos de la novela de Margaret Atwood.
La filosofía ecofeminista de Margaret Atwood coincide con la de su amiga Ursula K. Le Guin. Las dos grandes damas de la literatura futurista son herederas de la escocesa Naomi Mitchison, precursora de la ciencia ficción feminista en las primeras décadas del siglo pasado. Mitchison participó en la Sociedad Fabiana y fue de las primeras en denunciar el puritanismo sexual como base de la explotación laboral y la economía de la escasez que caracteriza al sistema capitalista.
La pesadilla del totalitarismo reaccionario también le interesó a Ray Bradbury, autor de ‘Fahrenheit 451’ (1953), adaptada al cine por Francois Truffaut en 1966. Fahrenheit 451 es la temperatura necesaria para que arda el papel de los libros que masivamente son incinerados para inhibir la cultura y el conocimiento. Ray Bradbury escribió esta novela cuando a principios de los años cincuenta el senador Joseph McCarthy como parte de su caza de brujas contra simpatizantes comunistas ordenó retirar de las bibliotecas y librerías estadounidenses cerca de treinta mil libros de ideología progresista.
Entre las numerosas obras de ficción que escribió Herbert George Wells destacan ‘El hombre invisible’ (‘The Invisible Man’, 1897), ‘La guerra de los mundos’ (The War of the Worlds’, 1898), o ‘La máquina del tiempo’ (‘The Time Machine’, 1895). En esta última H. G. Wells aventuró la posibilidad de que la humanidad el día de mañana se termine separando en dos razas completamente diferentes, los Eloi y los Morlocks.
H. G. Wells dejó escritas casi cuarenta novelas y varios volúmenes de ensayos en los que además de abordar toda clase de asuntos, desde la astronomía a la biología pasando por la política y la economía, prefirió imaginar paraísos antes que infiernos. En ‘Una moderna utopía’ (‘A Modern Utopia’, 1905) especuló sobre el posible establecimiento de una sociedad pacífica y armoniosa dirigida por una élite ilustrada capaz de garantizar el bienestar de todos los ciudadanos, tesis que posteriormente desarrolló en algunas otras de sus obras, caso de las novelas ‘Hombres como dioses’ (‘Men Like Gods’, 1923) o ‘La forma de las cosas que vendrán’ (‘The Shape of Things to Come’, 1933).
Jorge Luis Borges admiró mucho a H. G. Wells pero en ‘Utopía de un hombre cansado’, cuento que forma parte del ‘Libro de arena’ (1975) abordó la paradoja de la sociedad ideal de Wells que precisamente por el hecho de ser perfecta nos conduciría al tedio y a la monotonía. Según Borges sin conflicto no somos nadie y en caso de que realmente seamos capaces de crear una sociedad ideal corremos el riesgo de caer en el aburrimiento y la uniformidad.
George Orwell también criticó a H. G. Wells en un artículo titulado ‘Wells, Hitler y el Estado Mundial’ (‘Wells, Hitler and the World State’, 1941) donde le calificó de ingenuo por creer que un Estado Mundial pudiera terminar con el fanatismo religioso y las guerras entre naciones ya que ‘ni una sola de las grandes potencias militares mundiales estaría dispuesta a someterse a semejante idea’.
Orwell acertó a observar que lamentablemente tanto los fascismos nacionalistas como los fundamentalismos religiosos prevalecen al menos de momento en la historia de la humanidad sobre los pacifismos racionalistas. Por eso en palabras de Orwell ‘un libro tan crudo como ‘El Talón de Hierro’, escrito hace casi 30 años, es una profecía mucho más verídica que ‘La forma de las cosas que vendrán’ o ‘Un mundo feliz’’.
El comunismo ha dado muestras históricas de ser un sistema distópico, pesadilla resultante de la negación del individuo, pero la ideología del libre mercado degenera en un escenario contaminado de explotaciones, injusticias y desigualdades inaceptables. Solo la socialdemocracia ha logrado llevar a cabo algunos de los objetivos del socialismo utópico tan importantes como el Estado del Bienestar.
Sin embargo para John Gray es imposible tener fe en el futuro de la socialdemocracia dado que la globalización del capitalismo impide un establecimiento fiable del aparato welfarista. John Gray es un pesimista antropológico de primer orden. Trabajó para Margaret Thatcher en su época neoliberal pero es admirador confeso de Keynes y autor de ensayos con títulos tan sugerentes como ‘Falso amanecer: (‘False Dawn: The Delusions of Global Capitalism’, 1998), ‘Perros de paja: Reflexiones sobre los humanos y otros animales’ (‘Straw Dogs: Thoughts on Humans and Other Aninmals’, 2002) y ‘Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía’ (‘Black Mass: Apocalyptic Religion and the Death of Utopia’, 2017).
Para Gray tanto el comunismo como el fascismo son soluciones distópicas que tienen un mismo origen utopista, pero la opción socialdemócrata no puede imponerse dado el poder que tienen los mercados globales de capitales y su dependencia del crecimiento constante del PIB. Para Gray la fe en el progreso económico seguirá provocando inevitablemente guerras y crisis que agravarán los problemas sociales y ecológicos que ahora sufrimos.
Muchas utopías son ingenuas al ser completamente irrealizables pero hace cien años el descanso dominical era una quimera como lo fueron los derechos civiles y laborales, o las prestaciones económicas por desempleo, enfermedad o vejez. Utópico fue acabar con la esclavitud y a día de hoy sigue pareciendo para algunos una ingenuidad buenista preferir la ‘alianza de civilizaciones’ a la ‘guerra de civilizaciones’ cuando los europeos no por idealismo sino por pura sensatez sabemos que es mucho mejor unir nuestros intereses en torno a unas instituciones políticas y a una moneda común.
No por buenismo ni por idealismo ni por utopismo, sino por pura sensatez amigarnos unas naciones con otras en vez de enfrentarnos es lo mejor que podemos hacer porque como decía Kropotkin: ‘La competición es la ley de la selva pero la cooperación es la ley de la civilización’. A diferencia de los animales los seres humanos sabemos por el estudio de nuestra historia que la paz es más beneficiosa para la humanidad que la pelea entre tribus, del mismo modo que es más beneficioso para el conjunto de la sociedad establecer programas de protección ciudadana a través del Estado del Bienestar.
‘El espíritu del 45’ (‘The spirit of 45’), es un documental de Ken Loach estrenado en 2013 sobre la creación del Estado del Bienestar británico (Welfare State). Tras sufrir consecutivamente los estragos de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial en el Reino Unido el Partido Laborista liderado por Clement Altee se impuso en las elecciones de 1945 al conservador Winston Churchill con un programa de ambiciosas reformas socialistas.
Las bases teóricas de la que se valieron los laboristas para poner en marcha el Welfare State partieron del ‘Informe Beveridge’, riguroso estudio sobre la financiación del NHS o National Health Service (Sistema Nacional de Salud) así como de un conjunto de programas sociales destinados a proteger a todos los ciudadanos en caso de desempleo, enfermedad y vejez. William Beveridge desempeñó durante casi dos décadas el cargo de director de la London School of Economics, universidad progresista creada por la Sociedad Fabiana de la que H.G. Wells fue uno de sus principales puntales.
Gracias al sistema de becas del Estado británico muchos chicos de familias humildes pudieron estudiar en la Universidad de Cambridge, caso del prestigioso historiador Tony Judt, autor de varios libros y artículos en los que siempre ha defendido no solo con agradecimiento personal sino también con razones universales la creación del Welfare State.
En la misma línea de Tony Judt otro respetable historiador económico, el californiano J. Bradford DeLong en ‘Camino a la utopía’ (‘Slouching Towards Utopia’, 2022) recuerda cómo las tres décadas de socialismo democrático que siguieron al establecimiento de los primeros Estados del Bienestar en el mundo han sido perfectamente viables y extremadamente beneficiosas para la mayoría de la gente por mucho que el neoliberalismo se empeñe en acusar de insostenible al modelo welfarista.
También merece la pena destacar a Branko Milanovic, economista serbio autor de ‘Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina al mundo’ (Capitalism, Alone: The Future of the System that Rules the World, 2019) donde parte de la tesis jamesiana sobre la imposibilidad de acabar con el sistema capitalista. Lejos de encontramos en la era del capitalismo tardío o ‘tardocapitalismo’ como algunos han llegado a afirmar, Milanovic cree que el capitalismo está en pleno auge y en una encrucijada entre tres caminos: el Capitalismo de Estado ruso y chino, el Capitalismo de Mercado de los Estados Unidos, y el cuestionado por utópico pero necesario Capitalismo Social de Europa.
Como decía Ursula K. Le Guin la sociedad perfecta es una quimera pero construir un sistema más justo y equilibrado es perfectamente posible. Le Guin tuvo como principal referente intelectual a Paul Goodman, sociólogo neoyorquino gurú de la New Left que escribió entre otras obras de gran influencia entre el movimiento hippy los ‘Ensayos utópicos y propuestas prácticas’ (‘Utopian Essays and Practical Proposals’, 1962) donde se centró en la idea de la construcción de una nueva sociedad más feliz y solidaria a partir de la reforma de las instituciones educativas.
Aunque el hombre haya dejado de someter a la mujer y esclavizar al salvaje sigue pensando en términos de dominio de la naturaleza y competición entre clanes, pero cada vez que un gobierno de izquierdas intenta hacer una reforma profunda del modelo educativo las fuerzas conservadoras se lo impiden pues temen que las próximas generaciones se sacudan definitivamente de la mitología religiosa y el adoctrinamiento heteropatriarcal.
En cuanto a la educación superior es evidente en el caso de las universidades de economía la necesidad de reformar radicalmente sus programas de estudios dado que el análisis de las actividades financieras, comerciales y productivas debería ser abordado no solo a partir de la lógica matemática del capital sino desde la perspectiva de la filosofía, la antropología, la sociología o la biología.
El legado de Keynes es extraordinario en este sentido porque más allá de los límites de la economía comprendió mejor que sus colegas la necesidad de liberarnos no solo de los preceptos religiosos sino también de los mandatos puramente económicos, como explicó en su famosa conferencia pronunciada en Madrid en 1930 ‘Las posibilidades económicas de nuestros nietos’ (‘Economic Possibilities for our Grandchildren’).
En aquella conferencia de Madrid el economista inglés mostró su lado más contraeconómico hasta el punto de apostar por una sociedad futura donde ‘el amor al dinero como posesión, a diferencia del amor al dinero como medio para disfrute de los placeres de la vida, sea reconocido por lo que es, una morbosidad más bien asquerosa, una de esas propensiones semi-criminales y semi-patológicas que con estremecimiento dejamos en manos de los especialistas en enfermedades mentales’.