7 TEOLOGÍA DEL CAPITAL
‘Mi casa será llamada casa de oración pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones’.
(Evangelio de San Mateo, 21, 12-13)
Los Evangelios cristianos están llenos de ideas contradictorias. Por un lado tenemos la famosa historia de la expulsión de los mercaderes del Templo de Jerusalén. Indignado por cómo se vendían mercancías y se cambiaban monedas, Jesús llegó a tirar mesas, sillas y estanterías a los comerciantes. Se trata de su más famoso ataque de cólera contra el sistema capitalista. Al parecer Jesús incluso llegó a coger un látigo para azotar a quienes habían convertido aquel templo en un mercado.
Por otro lado tenemos la parábola de los talentos, que cuenta la historia de un hombre rico que se va de viaje y deja dinero en diferentes cantidades a sus siervos. Los dos primeros invierten su capital y lo multiplicaron pero el tercero cava un hoyo en la tierra para esconder el dinero. Los dos primeros terminan siendo recompensados, en cambio el segundo cae en desgracia ‘porque al que tiene se le dará más y tendrá más que suficiente. Pero el que no tiene incluso lo que tiene le será quitado’.
En el campo de la sociología se conoce como ‘efecto Mateo’ la situación económica por la cual los profesionales más reconocidos tienen cada vez más posibilidades de acumular mayor fama y prestigio al tener mejor crédito y reputación. Gracias al ‘efecto Mateo’ las personas y países más ricos consiguen acumular grandes riquezas a través del rendimiento creciente de sus activos mientras los más pobres nunca consiguen salir de la pobreza debido a la pesada carga de sus pasivos.
En el contexto de la ideología neoliberal el ‘efecto Mateo’ se acelera con cada crisis del sistema. Gracias a la pandemia del coronavirus y a la espiral inflacionista la fortuna de los milmillonarios en los años 2021 y 2022 creció a un ritmo de 2.700 millones de dólares al día a nivel global según un informe de OXFAM Intermón titulado ‘La ley del más rico’. Concretamente el 1% más rico se ha hecho con el 63% de la nueva riqueza generada en todo el mundo, cerca de 42 billones de dólares. Por cada dólar de la nueva riqueza global que recibe una persona del 90% más pobre, un milmillonario se embolsa nada menos que 1,7 millones de dólares.
Más allá de la parábola de los talentos del efecto Mateo no parece que Jesucristo fuera muy partidario del capitalismo. En los Nuevos Testamentos encontramos diversos pasajes donde condena de forma muy explícita la acumulación de riquezas, especialmente cuando a sus discípulos les dijo: ‘Difícilmente un rico entrará en el reino de los cielos y aún os digo más: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos’.
En otra ocasión Jesús asegura que ‘no se puede servir a Dios y a Mammon al mismo tiempo’ (Mammon es una palabra aramea que significa ‘dios del dinero’). Otra famosa parábola es la del buen samaritano, relatada en el Evangelio de San Lucas. Esta parábola comienza cuando un hombre le pregunta a Jesús qué debe hacer para obtener la vida eterna. Además de amar a Dios ‘con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas’ Jesucristo insta al desdichado a ‘amar a tu prójimo como a ti mismo’.
‘¿Y quién es mi prójimo?’ le pregunta entonces el hombre. Jesús le responde con la historia del hombre judío que camino de Jerusalén a Jericó fue atracado por unos ladrones que le dejaron medio muerto. Al verle agonizando todos pasaron de largo hasta que llegó un tipo que ‘vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándolo sobre su propia cabalgadura lo llevó a una posada y cuidó de él’.
A través de la parábola del buen samaritano Jesús aprovecha para criticar el fariseísmo, condición humana que toma su nombre de quienes predican moral pero no la practican. Esta parábola está en la base de la doctrina de la Carta de los Derechos Humanos. Hoy día salvo aquellos que siguen siendo abiertamente racistas la mayoría de la civilización humana ha terminado por comprender que todas las personas, sin importar la raza, nacionalidad, religión, o ideología, somos ‘prójimo’, de tal modo que según Jesucristo nuestro deber es amarnos, ayudarnos y protegernos vengamos de donde vengamos.
Tras la muerte de Jesucristo sus discípulos se organizaron en un sistema de bienes comunes que compartían con todos los fieles, y algunas órdenes, como los dominicos y franciscanos, hicieron voto de pobreza. San Francisco dejó dicho que la mejor manera de imitar a Cristo es alejarse de toda posesión material y riqueza económica, sin embargo la Iglesia Católica terminó convirtiéndose en una institución codiciosa como pocas, superando en chanchullos y propiedades a la monarquía y la nobleza.
La reforma protestante encabezada por Martín Lutero y Juan Calvino en el siglo XVI tuvo su origen en la corrupción eclesiástica relacionada con la venta de indulgencias, práctica que consistía en perdonar pecados a cambio de grandes sumas de dinero. Aunque el protestantismo proponía el regreso al cristianismo primitivo paradójicamente se fue convirtiendo en el caldo de cultivo ideal de la llamada ‘teología de la prosperidad’ o ‘evangelio de la riqueza’ partiendo de la parábola de los talentos.
La teología de la prosperidad alcanzó su apogeo en los Estados Unidos durante el pasado siglo, especialmente en el seno de algunas iglesias evangélicas y pentecostales cuyos pastores predican el góspel no solo del trabajo duro sino también de la especulación financiera y el enriquecimiento material e individual. Para los evangelistas de la prosperidad la acumulación de riquezas materiales no es sinónimo de avaricia sino de bendición divina, y a su vez la pobreza en vez de ser cosa de santos franciscanos es una condena celestial según la doctrina de la predestinación calvinista.
A día de hoy el cristianismo está dividido entre los teólogos del progreso, admiradores del efecto Mateo, y los teólogos de la liberación, partidarios del Cristo que se lía a hostias con los comerciantes del Templo de Mammon. Los primeros son ‘evangelistas talentistas’ y entienden que las desigualdades del capitalismo son una buena forma de premiar las virtudes del trabajo y el ahorro porque a la vez se castigan los pecados de la pereza y el despilfarro. Los segundos son quienes consideran al capitalismo un sistema opuesto a los principios básicos del amor al prójimo y la fraternidad humana que predicó Jesucristo.
La Iglesia Católica ha tenido pontífices muy críticos con el capitalismo, como León XIII, que en 1891 promulgó la encíclica ‘Rerum Novarum’, en la cual reivindicó la intervención estatal en los mercados, ‘necesaria para proteger los derechos de los más débiles’. Pío XI en ‘Quadragesimo Anno’ (1931), Juan XXIII en ‘Mater et Magistra’ (1961), y Juan Pablo II en ‘Centesimus Annus’ (1991), abordaron el mismo asunto y defendieron propuestas parecidas.
Todos ellos han bendecido la propiedad privada y el sistema de mercado pero a la vez piden a los poderes públicos intervenir para paliar las desigualdades económicas y garantizar los servicios sociales básicos. En sus encíclicas comulgan con el distributismo cristiano-socialista que en su día predicaron G.K. Chesterton y otros precursores de la democracia cristiana.
Profundizando en esta misma línea de pensamiento el actual Papa Francisco ha denunciado numerosas veces y con gran contundencia la deriva del capitalismo neoliberal en varias homilías, declaraciones públicas, y cartas encíclicas como ‘Laudato si’ (2015) y ‘Fratelli Tuti’ (2020). ‘Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida’, dice el Papa Francisco.
Al Papa Francisco le parece especialmente injusto que los países pobres deban someterse a los ajustes estructurales con intereses que ordena el FMI: ‘La deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales’.
Para los teólogos de la prosperidad capitalista el Papa Francisco es el Anticristo. Robert Wenzel, economista de la Escuela Austriaca, cree que el Papa Francisco ‘no entiende los conceptos más elementales de la economía, de hecho dudo mucho de que pudiera dibujar una curva de la oferta y la demanda’.
Lo que hacen los empresarios capitalistas en opinión de Wenzel no es explotar a los trabajadores como sugiere el Papa Francisco sino pagar el precio justo de mercado por la mano de obra según establece la curva de la oferta y la demanda. ‘Las reflexiones del Papa Francisco reflejan la opinión desinformada de las masas ignorantes. –dice Wenzel- Ni los católicos ni los ateos deberían prestarle atención cuando habla de estos asuntos’.
En una conferencia titulada ‘Mis primeras creencias’ (‘My Early Beliefs’, 1938) Keynes recordó de este modo sus tiempos de juventud como miembro de los Apóstoles de Cambridge: ‘Repudiábamos completamente la moral consuetudinaria, las convenciones, y la sabiduría tradicional. Es decir, éramos, en sentido estricto de la palabra, inmoralistas’.
Keynes criticó abiertamente la doctrina del pecado original y la idea religiosa de la salvación de las almas, pero tampoco era partidario del utilitarismo capitalista que reduce el valor de las cosas y las personas a su precio económico. Su objetivo era superar la moral religiosa a la vez que la economía liberal a partir de una nueva ética de hedonismo sensato cimentado sobre la filosofía del equilibrio entre el Estado y el Mercado.
El principal referente moral de Keynes y los bloomsburitas fue el filósofo George Edward Moore, autor de ‘Principia Ethica’ (1903). Moore defendió por encima de todo la sensibilidad artística e intuitiva para combatir a la vez el dogmatismo religioso y el escepticismo ético. Lo bueno está por encima de lo útil, decía G. E. Moore. ¿Pero qué es lo bueno?
Lo bueno para G. E. Moore y para su discípulo Keynes es el amor, la belleza, y la verdad. ¿Y cómo diferenciar el amor, la belleza, y la verdad, de la mentira, la fealdad y el odio? No por la vía de los mitos religiosos, pero tampoco por la de las supuestas certezas de la Ciencia Económica. Las cosas más valiosas no son las que dicen los curas, sacerdotes de cultos irracionales, pero tampoco las que dicen los economistas, profetas de una ciencia que no es exacta ni neutral.
Para disfrutar de ‘los placeres del trato humano y el goce de los objetos bellos’ como dijo Keynes en ‘Mis primeras creencias’ debemos ‘valorar los fines por encima de los medios’ apelando al sentido común y a la sensibilidad intuitiva. Keynes al final de sus días seguía reconociendo el ‘Principia Ethica’ de E. G. Moore como ‘mi religión bajo la superficie’. Con Virginia Wolf en las reuniones del grupo de Bloomsbury se pasó tardes enteras charlando sobre la esencia filosófica del valor y la utilidad, conceptos que hasta el día de hoy pocos economistas han tenido la intención de explorar.
Nicholas Wapshott es un periodista británico autor de ‘Keynes vs Hayek: El choque que definió la economía moderna’ (‘Keynes vs Hayek: The Clash that Defined Modern Economics’, 2012), crónica sobre el pulso intelectual que en los años treinta del siglo pasado J. M. Keynes mantuvo con F. A. Hayek. Los dos alcanzaron el rango de las grandes celebridades intelectuales en aquellos tiempos convulsos de entreguerras y entrecrisis.
Hayek no era religioso, tampoco se consideraba conservador, pero su antropología pesimista del ser humano conecta con la doctrina bíblica del pecado original. De hecho desde Ludwig Von Mises a Hans-Herman Hoppe la mayoría de los economistas de la Escuela Austriaca de Economía se caracterizan por su condición de puritanos laicos obsesionados con la competencia y la productividad.
Ninguno de ellos prestó nunca atención alguna al placer de la acción humana, de hecho Von Mises así lo reconoce literalmente en ‘La acción humana’. Por otra parte todos los primeros grandes economistas ingleses, desde Adam Smith a Thomas Malthus, David Ricardo, Joseph Townsend o Arthur Young, formularon las primeras teorías económicas a partir de la misma cosmovisión puritana de la acción humana.
Aunque niegan ser puritanos y de derechas, los economistas de la Escuela Austriaca de Economía beben directamente de los arbitristas de la Escuela de Salamanca, primera gran institución dedicada al estudio de la economía, compuesta en su totalidad por teólogos y moralistas cristianos. Por otra parte la enorme influencia de las doctrinas de Hayek y los austriacos está debidamente documentada no solo en los casos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher sino también en el del general Augusto Pinochet.
La Universidad de Salamanca tuvo sus años de apogeo durante la Inquisición. En este lugar y contexto se formularon las primeras teorías económicas modernas, establecidas por aquellos teólogos y moralistas que alcanzaron la condición de ‘arbitristas’ (asesores económicos), caso de Luis Ortiz, Pedro de Valencia, Domingo de Soto, Sancho de Moncada, Martín de Azpilicueta, Pedro Fernández de Navarrete, González de Cellorigo o Juan de Mariana, entre otros.
Los economistas de la Escuela Austriaca como Hayek reivindican a los arbitristas de la Escuela de Salamanca porque entre otras cosas sentaron las bases no solo de las restricciones monetarias sino también del ‘trickle down effect’ o ‘efecto de derrame de la riqueza’. Anticipándose a Adam Smith los primeros economistas salmantinos ayudaron a eliminar el estigma de la usura y el cobro de intereses a partir de la teoría del beneficio privado como estímulo del conjunto de la actividad económica y supuestamente del bienestar general.
Trescientos años después de los arbitristas salmantinos el hedonista Keynes con su paradoja del ahorro llegó a la conclusión de que el ahorro a nivel agregado en vez de ser una virtud puede ser un defecto capaz de estancar la economía de una nación. En tiempo de crisis es cuando Keynes consideró especialmente necesaria la intervención del Estado para procurar abundancia de dinero y tasas bajas de interés con la intención precisamente de castigar el ahorro e incentivar el consumo y la inversión.
La filosofía keynesiana emerge por lo tanto como alternativa al liberalismo económico de raíces puritanas y conservadoras si bien cabe recordar que la obsesión antiestatista de Hayek ha llegado a resultar muy seductora para algunos viejos comunistas desencantados con las utopías colectivistas así como para algunos hedonistas ateos que han caído en el liberalismo económico no por puritanismo sino a partir de una concepción errónea por anacrónica del Estado como aparato totalitario.
Entre quienes más y mejor han profundizado en las raíces puritanas de las teologías capitalistas del progreso destaca John Gray, admirador confeso de Keynes y autor de dos ensayos sumamente esclarecedores: ‘Perros de paja: Reflexiones sobre los humanos y otros animales’ (‘Straw Dogs: Thoughts on Humans and Other Aninmals’, 2002) y ‘Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía’ (‘Black Mass: Apocalyptic Religion and the Death of Utopia’, 2017).
Tras analizar la influencia de las religiones en la economía, John Gray sostiene que la idea lineal que tenemos del progreso ha sido trasladada desde las teologías monoteístas degenerando en las dos falsas utopías mesiánicas salvadoras de la derecha (fascismo) y la izquierda (comunismo). ‘¡Tomad la Tierra y sometedla!’ clama Dios a fin de cuentas a su confuso rebaño desde su trono en el cielo.
Más allá de Keynes pocos economistas han ido tan lejos como para explicar el mundo a partir de la esencia filosófica de la acción humana. Entre los economistas más humanistas y esencialistas de la antropología merece mención aparte Ernest Friedrich Schumacher, gran rara avis dentro de su profesión. En 1972 publicó ‘Lo pequeño es hermoso’ (‘Small is Beautiful’), libro que ha sido de gran inspiración a los predicadores del ‘Slow Movement’ (Movimiento Lento).
Para Schumacher el capitalismo es potencialmente distópico debido a su obsesión por el crecimiento del PIB, por eso propone un nuevo paradigma económico basado en la doctrina budista, que a su juicio es la que mejor conecta con la filosofía del crecimiento sostenible. No es casualidad que Bután, el único país del mundo en cambiar el Producto Interior Bruto (PIB) por la Felicidad Interior Bruta (FIB), sea un país profundamente budista.
Sin embargo el capitalismo es capaz de convertir a su causa no solo a Jesucristo sino a cualquier gurú religioso empezando por Buda y Confucio. Antes de la reforma económica china iniciada en 1978 con Den Xiaping parecía que los países asiáticos no iban nunca a desarrollarse como los occidentales debido a la ética confuciana que en principio castiga la acumulación de bienes individuales.
Como dice Seán Golden ‘China se acabó haciendo capitalista tras hacer capitalista a Confucio, quien se opuso tajantemente al beneficio propio como motor del comportamiento humano pero que ahora es el nuevo modelo de empresario exitoso’.
El neoconfucianismo ha sido de hecho de gran utilidad para transformar a China en un país capitalista de primer orden dada la devoción de sus ciudadanos no solo por el trabajo duro sino también por la sagrada obediencia a los grados jerárquicos. Lo mismo puede decirse del hinduismo, cuyo sistema de castas favorece la aceptación de las desigualdades propias del capitalismo y la sumisión absoluta a los jefes de mayor rango. En el apogeo de la Era Neoliberal la India está gobernada en la actualidad por Narendra Modi, hinduista puritano fanático del neoliberalismo económico.
En realidad ninguna religión es obstáculo para el capitalismo liberal, ni siquiera el islam, que de hecho floreció por encima del cristianismo durante la Edad Media gracias al desarrollo del comercio y la invención de productos financieros como el ‘sakk’, una especie de cheque bancario que sustituyó al dinero en efectivo.
Antes de ser profeta Mahoma fue comerciante en la ruta entre Damasco y La Meca y aunque la usura y la especulación están prohibidas en el islam en teoría el Corán no se manifiesta contra el libre mercado ni contra el beneficio individual. Solo la versión más radical y reaccionaria de esta religión condena realmente al capitalismo en tanto en cuanto puede fomentar un estilo de vida concupiscente opuesto a la visión puritana y rigorista de la ‘sharia’ o ley islámica.
El sociólogo Max Weber en ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’ (‘Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus’, 1905) fue el primero que analizó en profundidad la esencia religiosa subyacente en el sistema de libre mercado. Seguramente como en su momento sostuvo Weber los países protestantes han progresado por encima de los demás gracias a la doctrina de la predestinación y a la ética del esfuerzo pero cualquier religión puede adaptarse al sistema de libre mercado.
Desde Buda a Confucio pasando por Mahoma y Jesucristo no hay predicador que no pueda ser adaptado al culto capitalista. Ni siquiera Lao Tze ha escapado de ser reinterpretado desde la neoteología del progreso aunque el taoísmo más que una religión es una mística filosófica esencialmente enemistada con la cosmovisión capitalista.
Keynes pasó horas debatiendo con sus compadres de Bloomsbury sobre la esencia de las religiones y la economía. Él creía que el capitalismo podría llegar a remplazar a la religión, sobre todo porque ‘la tranquilidad de espíritu que antes la gente encontraba en la iglesia ahora la encuentra en el banco’. ¿Es el capitalismo en sí mismo una religión? Esta pregunta también se la hizo uno de los más grandes filósofos de la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamin.
Para Walter Benjamin el capitalismo emerge en el siglo XX como culto sanador al estilo de la religión. Es un culto especialmente culpabilizador, de hecho el término alemán ‘schuld’ significa ‘culpa’ y ‘deuda’ a la vez. Bajo la ‘religión’ capitalista según Benjamin no solo los individuos sino también los gobiernos deben someterse al evangelio de la culpa/deuda y pagar eterno tributo al dios del dinero y a sus nuevos sacerdotes.
Dentro de la teología del progreso la Cienciología es una seudoreligión que ha fusionado la metafísica y la economía con gran éxito. Curiosamente fue fundada por un escritor de ciencia ficción llamado Ron Hubbard con la intención de ayudar a personas confusas y desmoralizadas. Lo que hizo Hubbard con la Cienciología fue reforzar los códigos puritanos del capitalismo con la idea de garantizar la pureza física y mental de sus devotos a costa de volcar la responsabilidad de cualquier problema humano sobre los malos hábitos personales adquiridos bajo la mala influencia del hedonismo disoluto.
Hubbard sentó las bases de la Cienciología a partir de historias increíbles sobre espíritus alienígenas llegados a la Tierra en naves espaciales, fantasías hábilmente mezcladas con métodos de autoayuda y teorías terapéuticas de inspiración New Age. Al éxito de la Cienciología han colaborado actores de Hollywood como Tom Cruise o John Travolta. La expansión internacional de la Cienciología confirma el enorme poder de seducción que tienen las religiones a través de la literatura fantástica para cautivar almas en pena.